El 31 de enero se celebra en el mundo el día de Don Bosco (1815-1888), un nombre que suscita respeto por su compromiso social y que emana un olor a santidad. ¿Cómo me atrevo yo a hablar de él? ya que no poseo una inclinación devocional, ni tengo una competencia específica en questiones religiosas. Dos hechos me unen al nombre de Don Bosco: una profunda e inolvidada amistad con Raúl Vásquez (director del Centro de Formaciòn Profesional, fallecido en enero 2021) y la cercanía de mi casa al distrito turinés de Valdocco, reino incontrastado del Santo que allí creó el primer Oratorio salesiano. Además, el nombre de Don Bosco salió muchas veces en mis estudios sobre la historia de Turín y la real Casa de Saboya. Así, ya que de qué viene qué, decidí acercarme un poco más a una personalidad tan fascinante y a la vez inquietante. Fascinante por su carisma de líder: un visionario con una determinación inquebrantable que le permitió alcanzar metas que parecían imposibles; al mismo tiempo inquietante, hierático, muchas veces firme y acertado y en sus (pre)visiones onírico-políticas.
Cerca de Asti, en Castelnuovo Don Bosco una basílica (1) imponente, moderna y elegante, domina la colina y recibe cantidades de fieles. A unos pasos, la visita sigue en la minúscula aldea (2) donde Don Bosco creció y una imagen de la Virgen recuerda el “sueño de los nueve años”. Guiado por sus sueños y apoyado por mamma Margherita, el joven salió de la pobreza y llegó a ser uno de los personajes más destacados de su tiempo. En los 19 volúmenes de Memorias biográficas se narran los 159 sueños que el sacerdote consideraba revelaciones de Dios y los contaba a sus discípulos con el intento de enseñar o de evitarles peligros.
Don Bosco vivió en un momento histórico crucial: el siglo XIX iba a ser fundamental para un cambio político y cultural en toda Europa, inciado con la revolución francesa y la epopeya napoleónica. En ese cambio, Don bosco fue protagonista a 360°. No voy a hablar de la dimensión sacerdotal, determinante en su vida; lo que más me atrae es el aspecto socio-político de su actividad.
Todos conocemos su compromiso social con los jóvenes: la creación del Oratorio como realización concreta de su “sueño de los nueve años”: «No con golpes, sino la mansedumbre y la caridad deberás ganarte a estos tus amigos.» Al principio fue una experiencia itinerante que, en varios lugares de Turín, entusiasmó a los que hoy en día llamaríamos niños de la calle, a quienes Don Bosco enseñaba los principios morales, el catecismo y varias actividades manuales que él mismo había perfeccionado trabajando para pagar sus estudios. La idea resultó algo revolucionaria y sospechosa para muchos, dentro de la aristocracia ciudadana y hasta en la misma iglesia, tanto que no respaldaron su proyecto, atribuyéndolo a una contrarrevolución religiosa o un ataque de locura del sacerdote. En 1846 el Oratorio tuvo su sede en Valdocco. Por los vínculos de Don Bosco con el Papa Pio IX, el Conde de Cavour intentó prohibir el Oratorio, pero el rey Carlos Alberto dio orden favorable. Dentro del Oratorio, niños y jóvenes aprendían un oficio y salían a trabajar en las fábricas bajo un tratado que garantizaba el respeto de sus derechos, verdadera anticipación de la legislación laboral. A partir de 1853, en el mismo Oratorio empezó la construcción de talleres de calzado, sastrería, carpintería, imprenta y metalistería, y para 1860 se completó la educación media. A pesar de la situación difícil que enfrentaba la relación entre la Iglesia y el Estado, el objetivo de promoción social de jovenes marginales le mereció a Don Bosco un sólido prestigio entre las autoridades civiles. La fama creció rápidamente y siguió la ola de migración de familias italianas a Latinoamérica. En noviembre de 1875 Don Bosco envió la primera expedición a Argentina y de allí la multiplicación exponencial de su proyecto educativo en el mundo, hasta hoy en día, es asombrosa.
Sin embargo el camino no fue nada fácil, y aquí sale el lado más político de Don Bosco, en defensa de la autonomía de la Iglesia. El siglo XIX marcó el despertar nacionalista en varias partes de Europa y los Saboya, soberanos del pequeño reino de Cerdeña, cultivaban el sueño de unir toda la península en un único, nuevo estado nacional con capital Roma, sostrayendo los Estados Pontificios (756-1870) a la soberanía del Papa Pio IX. La fricción entre Estado e Iglesia fue fuerte, agravada por la ley Rattazzi (29 de mayo de 1855) que, así como ya había pasado en otros estados, derogó el reconocimiento civil a numerosas órdenes religiosas que perdieron sus bienes. Don Bosco trató muchas veces de convencer al rey Victor Manuel de no firmar una ley cuyo propósito era de someter la Iglesia al poder del Estado. Lo más inquietante fueron los dos sueños (sueño # 18) de finales del mes de noviembre 1854, que predecían al rey un futuro fatal como consecuencia de su política anticlerical: «¡Grandes funerales en la Corte!». Don Bosco los comunicó con unas cartas al rey quien, aunque preocupado, dio prioridad a la razón de Estado. Increíblemente, en los primeros meses de 1855 murieron la reina madre Maria Teresa, la reina Maria Adelaida, el duque Ferdinando, hermano del rey, y el recien nacido principito Victor Manuel Leopoldo.
Cierto, Don Bosco no fue más que un medio de comunicación de la voluntad divina, y la malasuerte de la familia real fue una coincidencia debida a una situación sanitaria que afligía al pueblo como a la nobleza, sin embargo a los fieles les pareció un verdadero castigo divino.
Vaya, ¡qué fuerza de la naturaleza este hombre!
Lucia Bonato
Amigos de Italia
El 31 de enero se celebra en el mundo el día de Don Bosco (1815-1888), un nombre que suscita respeto por su compromiso social y que emana un olor a santidad. ¿Cómo me atrevo yo a hablar de él? ya que no poseo una inclinación devocional, ni tengo una competencia específica en questiones religiosas. Dos hechos me unen al nombre de Don Bosco: una profunda e inolvidada amistad con Raúl Vásquez (director del Centro de Formaciòn Profesional, fallecido en enero 2021) y la cercanía de mi casa al distrito turinés de Valdocco, reino incontrastado del Santo que allí creó el primer Oratorio salesiano. Además, el nombre de Don Bosco salió muchas veces en mis estudios sobre la historia de Turín y la real Casa de Saboya. Así, ya que de qué viene qué, decidí acercarme un poco más a una personalidad tan fascinante y a la vez inquietante. Fascinante por su carisma de líder: un visionario con una determinación inquebrantable que le permitió alcanzar metas que parecían imposibles; al mismo tiempo inquietante, hierático, muchas veces firme y acertado y en sus (pre)visiones onírico-políticas.
Cerca de Asti, en Castelnuovo Don Bosco una basílica (1) imponente, moderna y elegante, domina la colina y recibe cantidades de fieles. A unos pasos, la visita sigue en la minúscula aldea (2) donde Don Bosco creció y una imagen de la Virgen recuerda el “sueño de los nueve años”. Guiado por sus sueños y apoyado por mamma Margherita, el joven salió de la pobreza y llegó a ser uno de los personajes más destacados de su tiempo. En los 19 volúmenes de Memorias biográficas se narran los 159 sueños que el sacerdote consideraba revelaciones de Dios y los contaba a sus discípulos con el intento de enseñar o de evitarles peligros.
Don Bosco vivió en un momento histórico crucial: el siglo XIX iba a ser fundamental para un cambio político y cultural en toda Europa, inciado con la revolución francesa y la epopeya napoleónica. En ese cambio, Don bosco fue protagonista a 360°. No voy a hablar de la dimensión sacerdotal, determinante en su vida; lo que más me atrae es el aspecto socio-político de su actividad.
Todos conocemos su compromiso social con los jóvenes: la creación del Oratorio como realización concreta de su “sueño de los nueve años”: «No con golpes, sino la mansedumbre y la caridad deberás ganarte a estos tus amigos.» Al principio fue una experiencia itinerante que, en varios lugares de Turín, entusiasmó a los que hoy en día llamaríamos niños de la calle, a quienes Don Bosco enseñaba los principios morales, el catecismo y varias actividades manuales que él mismo había perfeccionado trabajando para pagar sus estudios. La idea resultó algo revolucionaria y sospechosa para muchos, dentro de la aristocracia ciudadana y hasta en la misma iglesia, tanto que no respaldaron su proyecto, atribuyéndolo a una contrarrevolución religiosa o un ataque de locura del sacerdote. En 1846 el Oratorio tuvo su sede en Valdocco. Por los vínculos de Don Bosco con el Papa Pio IX, el Conde de Cavour intentó prohibir el Oratorio, pero el rey Carlos Alberto dio orden favorable. Dentro del Oratorio, niños y jóvenes aprendían un oficio y salían a trabajar en las fábricas bajo un tratado que garantizaba el respeto de sus derechos, verdadera anticipación de la legislación laboral. A partir de 1853, en el mismo Oratorio empezó la construcción de talleres de calzado, sastrería, carpintería, imprenta y metalistería, y para 1860 se completó la educación media. A pesar de la situación difícil que enfrentaba la relación entre la Iglesia y el Estado, el objetivo de promoción social de jovenes marginales le mereció a Don Bosco un sólido prestigio entre las autoridades civiles. La fama creció rápidamente y siguió la ola de migración de familias italianas a Latinoamérica. En noviembre de 1875 Don Bosco envió la primera expedición a Argentina y de allí la multiplicación exponencial de su proyecto educativo en el mundo, hasta hoy en día, es asombrosa.
Sin embargo el camino no fue nada fácil, y aquí sale el lado más político de Don Bosco, en defensa de la autonomía de la Iglesia. El siglo XIX marcó el despertar nacionalista en varias partes de Europa y los Saboya, soberanos del pequeño reino de Cerdeña, cultivaban el sueño de unir toda la península en un único, nuevo estado nacional con capital Roma, sostrayendo los Estados Pontificios (756-1870) a la soberanía del Papa Pio IX. La fricción entre Estado e Iglesia fue fuerte, agravada por la ley Rattazzi (29 de mayo de 1855) que, así como ya había pasado en otros estados, derogó el reconocimiento civil a numerosas órdenes religiosas que perdieron sus bienes. Don Bosco trató muchas veces de convencer al rey Victor Manuel de no firmar una ley cuyo propósito era de someter la Iglesia al poder del Estado. Lo más inquietante fueron los dos sueños (sueño # 18) de finales del mes de noviembre 1854, que predecían al rey un futuro fatal como consecuencia de su política anticlerical: «¡Grandes funerales en la Corte!». Don Bosco los comunicó con unas cartas al rey quien, aunque preocupado, dio prioridad a la razón de Estado. Increíblemente, en los primeros meses de 1855 murieron la reina madre Maria Teresa, la reina Maria Adelaida, el duque Ferdinando, hermano del rey, y el recien nacido principito Victor Manuel Leopoldo.
Cierto, Don Bosco no fue más que un medio de comunicación de la voluntad divina, y la malasuerte de la familia real fue una coincidencia debida a una situación sanitaria que afligía al pueblo como a la nobleza, sin embargo a los fieles les pareció un verdadero castigo divino.
Vaya, ¡qué fuerza de la naturaleza este hombre!
Lucia Bonato
Amigos de Italia