Salcajá veinte años después… ¡Qué sorpresa! ¡Un cambio admirable! Ojalá fuera lo mismo en toda Guatemala. Calles limpias, bien arregladas, con árboles y faroles a lo largo de las aceras, que no ostentan opulencia descarada sino respeto por la comunidad, amor por la tradición, cuidado del patrimonio común.
En noviembre pasado fui a Salcajá en búsqueda de su historia, visitando la estupenda Ermita de la Inmaculada Concepción, "La Conquistadora", donde la tradición nos cuenta que en 1524 se celebró la primera misa católica en Centro América con el bautizo de los cuarenta primeros convertidos al cristianismo; paseando en el mercado del sábado entre formas y colores tan típicos del altiplano: un encanto que tiene sus raíces en la tradicional producción de hilos de Salcajá; y por fin degustando el caldo de frutas y sobre todo el rompopo. La primera vez que conocí el rompopo, me lo presentaron como algo único y absolutamente original. Que es cierto dentro de Guatemala, sin embargo en toda LatinoAmérica, en los EEUU, en Italia, Irlanda, Reino Unido, para citar tan solo unos ejemplos, existe algo muy parecido, y cada uno tiene su historia.
En Italia el Vov es la versión industrial del licor a base de ponche de huevos. Su historia empieza en el siglo XIX, a partir de la necesidad de no desperdiciar algo precioso. De hecho, en 1845 Gian Battista Pezziol, pastelero paduano, producía su turrón con huevos frescos; las yemas eran el noble producto de desecho. Pezziol tuvo la brillante idea de recuperarlas convirtiéndolas en un licor sabroso que llamó "vovi", o sea “huevos” en el dialecto veneciano. El éxito fue inmediato y llegó hasta los palacios imperiales de Viena. El producto siguió creciendo y adaptando nombre y embalaje a las necesidades: VOV2 para las tropas italianas en la Segunda Guerra Mundial, ofrecida en botellas de cartón prensado y vitrificado internamente para que se transportara sin riesgos; el “Bombardino” es la versión caliente, ideal para las pistas de esquÍ, modificada con aguardiente y adorno de nata batida. Existe también una producción casera para consumir o regalar durante las fiestas de fin de año. A lo largo de los años, varios productores se han consolidado en el mercado, aunque en el imaginario colectivo persiste la imagen de la botella blanca del Vov Pezziol.
Sin embargo, los licores a base de alcohol y huevos ya eran muy conocidos y consumidos en el mundo anglosajón a partir del siglo XVIII para celebrar las fiestas importantes. Navegantes, exploradores y marineros exportaron al nuevo mundo el ponche de huevos batidos con brandy y azúcar, al que se le añadía cerveza o vino o leche, creando la tradición del “eggnog” en los EEUU y del rompopo (o rompope) en LatinoAmérica. Las huellas se encuentran en la literatura especializada, donde la bebida se describe en forma de cóctel en el libro de Jerry Thomas "Cómo mezclar bebidas" (1862). Pero la historia nos lleva mucho más atrás, a mediados del siglo XV, al ponche de huevo documentado en dos recetas manuscritas atribuidas al Maestro Martino, donde se describe como un licor que se toma antes de dormir y por la noche reconforta el cerebro.
Tan reconfortante es este ponche, que por las calles y plazas de Cuneo y varias otras ciudades del Piamonte se puede encontrar una bicicleta eléctrica un poco especial que lleva el nombre “Zippi, el zabajone de Pippi”. Pippi es Pierpaolo Rosa, un chef muy conocido y apreciado que, una vez cerrado su restaurante hace unos años, decidió mantener de esta forma el contacto con el público. Con una empresa austríaca especializada y la colaboración de su esposa Patrizia, construyó esta bicicleta-laboratorio para hacer ponche de huevo en las calles y plazas, durante fiestas y eventos, o en un día normal bajo las arcadas del centro. Este extraordinario vehículo se abre y aparece un fogón para cocinar el ponche, una nevera para guardar los huevos, un fregadero para limpiar cacharros, recipientes para las “paste ‘d meliga” (galletas de harina de maíz), espacios para contenedores, una caja registradora con wifi... En definitiva, un pequeño laboratorio gastronómico artesanal itinerante, para una idea absolutamente original y sobre todo para ofrecer la oportunidad de degustar uno de los mejores postres tradicionales. “A pesar de una burocracia sofocante y desalentadora, mi bicicleta me ofrece dos cosas que considero fundamentales: la gran libertad del “plein air” y el contacto directo con un público, que espera con curiosidad y alegría los cinco minutos necesarios para la preparación de este elixir dulce y espumoso”.
Bueno, de Salcalá a Cuneo, solo hay unos escasos 9000 km. Si se les antoja…..
Salcajá veinte años después… ¡Qué sorpresa! ¡Un cambio admirable! Ojalá fuera lo mismo en toda Guatemala. Calles limpias, bien arregladas, con árboles y faroles a lo largo de las aceras, que no ostentan opulencia descarada sino respeto por la comunidad, amor por la tradición, cuidado del patrimonio común.
En noviembre pasado fui a Salcajá en búsqueda de su historia, visitando la estupenda Ermita de la Inmaculada Concepción, "La Conquistadora", donde la tradición nos cuenta que en 1524 se celebró la primera misa católica en Centro América con el bautizo de los cuarenta primeros convertidos al cristianismo; paseando en el mercado del sábado entre formas y colores tan típicos del altiplano: un encanto que tiene sus raíces en la tradicional producción de hilos de Salcajá; y por fin degustando el caldo de frutas y sobre todo el rompopo. La primera vez que conocí el rompopo, me lo presentaron como algo único y absolutamente original. Que es cierto dentro de Guatemala, sin embargo en toda LatinoAmérica, en los EEUU, en Italia, Irlanda, Reino Unido, para citar tan solo unos ejemplos, existe algo muy parecido, y cada uno tiene su historia.
En Italia el Vov es la versión industrial del licor a base de ponche de huevos. Su historia empieza en el siglo XIX, a partir de la necesidad de no desperdiciar algo precioso. De hecho, en 1845 Gian Battista Pezziol, pastelero paduano, producía su turrón con huevos frescos; las yemas eran el noble producto de desecho. Pezziol tuvo la brillante idea de recuperarlas convirtiéndolas en un licor sabroso que llamó "vovi", o sea “huevos” en el dialecto veneciano. El éxito fue inmediato y llegó hasta los palacios imperiales de Viena. El producto siguió creciendo y adaptando nombre y embalaje a las necesidades: VOV2 para las tropas italianas en la Segunda Guerra Mundial, ofrecida en botellas de cartón prensado y vitrificado internamente para que se transportara sin riesgos; el “Bombardino” es la versión caliente, ideal para las pistas de esquÍ, modificada con aguardiente y adorno de nata batida. Existe también una producción casera para consumir o regalar durante las fiestas de fin de año. A lo largo de los años, varios productores se han consolidado en el mercado, aunque en el imaginario colectivo persiste la imagen de la botella blanca del Vov Pezziol.
Sin embargo, los licores a base de alcohol y huevos ya eran muy conocidos y consumidos en el mundo anglosajón a partir del siglo XVIII para celebrar las fiestas importantes. Navegantes, exploradores y marineros exportaron al nuevo mundo el ponche de huevos batidos con brandy y azúcar, al que se le añadía cerveza o vino o leche, creando la tradición del “eggnog” en los EEUU y del rompopo (o rompope) en LatinoAmérica. Las huellas se encuentran en la literatura especializada, donde la bebida se describe en forma de cóctel en el libro de Jerry Thomas "Cómo mezclar bebidas" (1862). Pero la historia nos lleva mucho más atrás, a mediados del siglo XV, al ponche de huevo documentado en dos recetas manuscritas atribuidas al Maestro Martino, donde se describe como un licor que se toma antes de dormir y por la noche reconforta el cerebro.
Tan reconfortante es este ponche, que por las calles y plazas de Cuneo y varias otras ciudades del Piamonte se puede encontrar una bicicleta eléctrica un poco especial que lleva el nombre “Zippi, el zabajone de Pippi”. Pippi es Pierpaolo Rosa, un chef muy conocido y apreciado que, una vez cerrado su restaurante hace unos años, decidió mantener de esta forma el contacto con el público. Con una empresa austríaca especializada y la colaboración de su esposa Patrizia, construyó esta bicicleta-laboratorio para hacer ponche de huevo en las calles y plazas, durante fiestas y eventos, o en un día normal bajo las arcadas del centro. Este extraordinario vehículo se abre y aparece un fogón para cocinar el ponche, una nevera para guardar los huevos, un fregadero para limpiar cacharros, recipientes para las “paste ‘d meliga” (galletas de harina de maíz), espacios para contenedores, una caja registradora con wifi... En definitiva, un pequeño laboratorio gastronómico artesanal itinerante, para una idea absolutamente original y sobre todo para ofrecer la oportunidad de degustar uno de los mejores postres tradicionales. “A pesar de una burocracia sofocante y desalentadora, mi bicicleta me ofrece dos cosas que considero fundamentales: la gran libertad del “plein air” y el contacto directo con un público, que espera con curiosidad y alegría los cinco minutos necesarios para la preparación de este elixir dulce y espumoso”.
Bueno, de Salcalá a Cuneo, solo hay unos escasos 9000 km. Si se les antoja…..