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CAMBIO CLIMÁTICO Y EL SECTOR AGROALIMENTARIO

Guatemala, al igual que los demás países de la región centroamericana, tiene su principal actividad económica en la producción agrícola. Y a pesar de un desarrollo muy fuerte registrado en las últimas dos décadas en el sector industrial y el llamado sector terciario, la agricultura sigue siendo la base del sistema económico; representa el 10% del PIB, emplea a más de la mitad de la fuerza laboral y proporciona dos tercios de las exportaciones. El café, el azúcar, los plátanos y la carne vacuna son los principales productos exportados. Por lo tanto, si Guatemala es, por derecho propio, la economía más grande de Centroamérica, son muchos los desafíos que debe enfrentar para modernizar este sector primario y poder competir e integrarse a un mercado cada vez más global. Al mismo tiempo, el problema de la "seguridad alimentaria" sigue siendo cada vez más evidente en el país. Grandes sectores de la población no tienen los medios para permitirse los alimentos que necesitan, a pesar de la creciente atención del Gobierno y las organizaciones internacionales. Por lo tanto, el desarrollo agrícola sigue manteniendo un papel fundamental para el uso responsable y sostenible de los recursos naturales del país y potenciando la increíble biodiversidad que lo distingue. 

Pero en todo esto, ¿cómo puede impactar en este sector el cambio climático, del que tanto se habla y que pone cada vez más de relieve la fragilidad de un territorio geológicamente complejo? ¿Qué podemos y debemos esperar? 

Cabe subrayar que no hay muchos datos climáticos disponibles. Las limitadas series históricas accesibles y los análisis de simulación climática realizadas pueden ser útiles a escala regional pero no adecuados para describir la tendencia a escala local. En el período 1951-2020, se registraron tendencias de temperatura promedio bastante diferentes para la región centroamericana: tendencias ascendentes notables (alrededor de 2°C) para Guatemala y El Salvador; menores para Honduras, Belice y Nicaragua; variabilidad significativa para Panamá. En general, los aumentos de las temperaturas mínimas son claros, meno para las máximas. A modo de ejemplo, el aumento de temperaturas calculado sobre datos reales para las estaciones meteorológicas de Ciudad de Guatemala (fig.2a) y San José de Costa Rica (fig.2b), es, respectivamente, de 1,28°C y 0,58°C. Sin embargo, está claro que, en ambas estaciones de medición, a partir de 2002, las tendencias mensuales y anuales muestran un aumento continuo de los valores; especialmente en los últimos cinco años. 

Las precipitaciones, sin embargo, no muestran una "señal clara"; considerando normal una fuerte variabilidad entre años consecutivos, no es posible destacar una tendencia común para toda la región. Las precipitaciones observadas en la estación húmeda, entre mayo y noviembre, parecen ser más irregulares, no siempre relacionadas con la influencia más o menos intensa de El Niño. Las precipitaciones particularmente intensas se alternaron con períodos secos, sin duda más prolongados que los que se pueden observar en la primera mitad del siglo XX. Entonces, ¿qué deberíamos esperar? Las previsiones climáticas a medio y largo plazo, desarrolladas mediante modelos específicos basados ​​en escenarios de emisiones de gases de efecto invernadero (Representative Concentration Pathways, RCP) en sus valores de "no protección climática", pese a las limitaciones de la metodología, indican aumentos de las temperaturas medias anuales en el año 2100, entre 2,5 y 4,5°C. y una disminución de las precipitaciones anuales estimada entre un 4% y un 27%. Este último es un rango demasiado amplio para simular y prever sus efectos sobre la economía agrícola-alimentaria.

Si consideramos algunos indicadores fundamentales para las proyecciones relativas a las actividades agrícolas, principalmente el Índice de Aridez FAO-PNUMA, es claro que todo el territorio centroamericano tenderá inexorablemente hacia condiciones de aridez cada vez mayor, tanto climática como edafológica, con evidentes consecuencias para la producción agrícola/alimentaria. De las figuras 3a y 3b, elaboradas en este sentido, no habría un cambio en el número de meses "secos", sino una disminución de las precipitaciones en el período húmedo. Por lo tanto, es difícil, a partir de los datos disponibles, definir estrategias de adaptación aplicables no sólo a toda la región centroamericana, sino también a cada estado e incluso a cada área, más o menos extensa. Especialmente en relación con la complejidad orográfica y geográfica presente. Por lo tanto, los planes de adaptación al cambio climático destacan cuestiones críticas importantes. De hecho, desarrollados a escala nacional y centrados principalmente en la situación socioeconómica presente y futura de los sectores agrícola y turístico, no son exhaustivos debido a la fuerte variabilidad climática a escala local. Por tanto, es necesario pensar en planes de adaptación al cambio climático desarrollados específicamente para el sector productivo agroalimentario a una escala más detallada, adquiriendo y analizando parámetros climáticos representativos de las condiciones locales;fortalecer la red de seguimiento meteo-climático mediante la instalación de modernas unidades de detección agrometeorológica y micro-radares meteorológicos que puedan integrar adecuadamente el conocimiento de los fenómenos meteóricos más intensos y, por tanto, permitir una comprensión más precisa de la génesis y magnitud de los fenómenos, incluso en períodos de sequía. 

La innovación tecnológica, en este sentido, puede representar una herramienta válida e indispensable para gestionar de manera correcta y sostenible los impactos de un clima en rápida evolución. Esperando, en otras palabras, una mayor sensibilidad tanto por parte de la Governance como por parte de los empresarios para acciones que mitiguen los riesgos a los que estará cada vez más expuesto el sector agro-alimentario.

Massimiliano Fazzini 

Geólogo-Climatólogo

Profesor de Geografía Física y Riesgo Climático – Universidad de Camerino. Italia 

  • CAMBIO CLIMÁTICO Y EL SECTOR AGROALIMENTARIO

    Guatemala, al igual que los demás países de la región centroamericana, tiene su principal actividad económica en la producción agrícola. Y a pesar de un desarrollo muy fuerte registrado en las últimas dos décadas en el sector industrial y el llamado sector terciario, la agricultura sigue siendo la base del sistema económico; representa el 10% del PIB, emplea a más de la mitad de la fuerza laboral y proporciona dos tercios de las exportaciones. El café, el azúcar, los plátanos y la carne vacuna son los principales productos exportados. Por lo tanto, si Guatemala es, por derecho propio, la economía más grande de Centroamérica, son muchos los desafíos que debe enfrentar para modernizar este sector primario y poder competir e integrarse a un mercado cada vez más global. Al mismo tiempo, el problema de la "seguridad alimentaria" sigue siendo cada vez más evidente en el país. Grandes sectores de la población no tienen los medios para permitirse los alimentos que necesitan, a pesar de la creciente atención del Gobierno y las organizaciones internacionales. Por lo tanto, el desarrollo agrícola sigue manteniendo un papel fundamental para el uso responsable y sostenible de los recursos naturales del país y potenciando la increíble biodiversidad que lo distingue. 

    Pero en todo esto, ¿cómo puede impactar en este sector el cambio climático, del que tanto se habla y que pone cada vez más de relieve la fragilidad de un territorio geológicamente complejo? ¿Qué podemos y debemos esperar? 

    Cabe subrayar que no hay muchos datos climáticos disponibles. Las limitadas series históricas accesibles y los análisis de simulación climática realizadas pueden ser útiles a escala regional pero no adecuados para describir la tendencia a escala local. En el período 1951-2020, se registraron tendencias de temperatura promedio bastante diferentes para la región centroamericana: tendencias ascendentes notables (alrededor de 2°C) para Guatemala y El Salvador; menores para Honduras, Belice y Nicaragua; variabilidad significativa para Panamá. En general, los aumentos de las temperaturas mínimas son claros, meno para las máximas. A modo de ejemplo, el aumento de temperaturas calculado sobre datos reales para las estaciones meteorológicas de Ciudad de Guatemala (fig.2a) y San José de Costa Rica (fig.2b), es, respectivamente, de 1,28°C y 0,58°C. Sin embargo, está claro que, en ambas estaciones de medición, a partir de 2002, las tendencias mensuales y anuales muestran un aumento continuo de los valores; especialmente en los últimos cinco años. 

    Las precipitaciones, sin embargo, no muestran una "señal clara"; considerando normal una fuerte variabilidad entre años consecutivos, no es posible destacar una tendencia común para toda la región. Las precipitaciones observadas en la estación húmeda, entre mayo y noviembre, parecen ser más irregulares, no siempre relacionadas con la influencia más o menos intensa de El Niño. Las precipitaciones particularmente intensas se alternaron con períodos secos, sin duda más prolongados que los que se pueden observar en la primera mitad del siglo XX. Entonces, ¿qué deberíamos esperar? Las previsiones climáticas a medio y largo plazo, desarrolladas mediante modelos específicos basados ​​en escenarios de emisiones de gases de efecto invernadero (Representative Concentration Pathways, RCP) en sus valores de "no protección climática", pese a las limitaciones de la metodología, indican aumentos de las temperaturas medias anuales en el año 2100, entre 2,5 y 4,5°C. y una disminución de las precipitaciones anuales estimada entre un 4% y un 27%. Este último es un rango demasiado amplio para simular y prever sus efectos sobre la economía agrícola-alimentaria.

    Si consideramos algunos indicadores fundamentales para las proyecciones relativas a las actividades agrícolas, principalmente el Índice de Aridez FAO-PNUMA, es claro que todo el territorio centroamericano tenderá inexorablemente hacia condiciones de aridez cada vez mayor, tanto climática como edafológica, con evidentes consecuencias para la producción agrícola/alimentaria. De las figuras 3a y 3b, elaboradas en este sentido, no habría un cambio en el número de meses "secos", sino una disminución de las precipitaciones en el período húmedo. Por lo tanto, es difícil, a partir de los datos disponibles, definir estrategias de adaptación aplicables no sólo a toda la región centroamericana, sino también a cada estado e incluso a cada área, más o menos extensa. Especialmente en relación con la complejidad orográfica y geográfica presente. Por lo tanto, los planes de adaptación al cambio climático destacan cuestiones críticas importantes. De hecho, desarrollados a escala nacional y centrados principalmente en la situación socioeconómica presente y futura de los sectores agrícola y turístico, no son exhaustivos debido a la fuerte variabilidad climática a escala local. Por tanto, es necesario pensar en planes de adaptación al cambio climático desarrollados específicamente para el sector productivo agroalimentario a una escala más detallada, adquiriendo y analizando parámetros climáticos representativos de las condiciones locales;fortalecer la red de seguimiento meteo-climático mediante la instalación de modernas unidades de detección agrometeorológica y micro-radares meteorológicos que puedan integrar adecuadamente el conocimiento de los fenómenos meteóricos más intensos y, por tanto, permitir una comprensión más precisa de la génesis y magnitud de los fenómenos, incluso en períodos de sequía. 

    La innovación tecnológica, en este sentido, puede representar una herramienta válida e indispensable para gestionar de manera correcta y sostenible los impactos de un clima en rápida evolución. Esperando, en otras palabras, una mayor sensibilidad tanto por parte de la Governance como por parte de los empresarios para acciones que mitiguen los riesgos a los que estará cada vez más expuesto el sector agro-alimentario.

    Massimiliano Fazzini 

    Geólogo-Climatólogo

    Profesor de Geografía Física y Riesgo Climático – Universidad de Camerino. Italia