Nuevamente, la vida me trajo al ‘viejo continente’, un poco más al norte esta vez, un poco más frío. Estar en Europa me hace pensar inevitablemente en Italia, pues Italia fue el primer país que visité de este lado del mundo. La primera vez que me subí a un tren o que compré un boleto de metro. La primera vez que experimenté que la primavera no es eterna y que las flores no se dan todo el año.
Estar en Europa me hace sentir —en cierto modo— como volver a esa Italia que también fue un poco fría en Trentino, incluso a la mitad de agosto.
No me gustan las comparaciones porque pienso que no son justas y porque siempre dejan un mal sabor de boca. Cada cosa hay que apreciarla por lo que es, sin esperar inútilmente que sea distinta. Por eso, no me detendré a decir cuánto es distinta Dinamarca de Italia o cuánto extraño el vino en compañía de unos amigos que tocan la fisarmonica hasta bien entrada la noche.
Lo que diré es lo mucho que me ha sorprendido la presencia de Italia en este país nórdico. He conocido varios estudiantes italianos, a quienes reconozco por la amplia sonrisa y por los gestos desembarazados al hablar. Me he encontrado restaurantes que ofrecen los platillos ‘más tradicionales’ (aunque la carbonara la preparan con tocino). Y en las góndolas de los supermercados abundan los vinos di origine controllata.
Pero siendo yo una lectora de vocación, son siempre los libros los que me hablan con la voz más familiar. Las narraciones de Gianrico Carofiglio en la estantería de la biblioteca central de esta ciudad; los libros de Elena Ferrante en la vitrina de una librería en el centro, un relato para niños —de esos llenos de ironías y de humor—, de Gianni Rodari, en la sección infantil de la biblioteca; la mención de Primo Levi al estudiar narrativas de vida como testimonios que nos muestran el lado humano de la historia; mi profesora danesa cerrando su cátedra con una frase de Ítalo Calvino y, además, un libro en danés que se titula Gud er italiener (Dios es italiano).
Estas voces literarias que se me cruzan por todos lados y me hablan en una lengua conocida —en medio de una lengua nórdica que aún se me hace extraña— me hacen sonreír con cariñosa nostalgia y me hacen repetir la promesa que I Santo California harían famosa en 1975: “Tornerò”.
Becky Muralles
Círculo Literario de la Società Dante Alighieri
Nuevamente, la vida me trajo al ‘viejo continente’, un poco más al norte esta vez, un poco más frío. Estar en Europa me hace pensar inevitablemente en Italia, pues Italia fue el primer país que visité de este lado del mundo. La primera vez que me subí a un tren o que compré un boleto de metro. La primera vez que experimenté que la primavera no es eterna y que las flores no se dan todo el año.
Estar en Europa me hace sentir —en cierto modo— como volver a esa Italia que también fue un poco fría en Trentino, incluso a la mitad de agosto.
No me gustan las comparaciones porque pienso que no son justas y porque siempre dejan un mal sabor de boca. Cada cosa hay que apreciarla por lo que es, sin esperar inútilmente que sea distinta. Por eso, no me detendré a decir cuánto es distinta Dinamarca de Italia o cuánto extraño el vino en compañía de unos amigos que tocan la fisarmonica hasta bien entrada la noche.
Lo que diré es lo mucho que me ha sorprendido la presencia de Italia en este país nórdico. He conocido varios estudiantes italianos, a quienes reconozco por la amplia sonrisa y por los gestos desembarazados al hablar. Me he encontrado restaurantes que ofrecen los platillos ‘más tradicionales’ (aunque la carbonara la preparan con tocino). Y en las góndolas de los supermercados abundan los vinos di origine controllata.
Pero siendo yo una lectora de vocación, son siempre los libros los que me hablan con la voz más familiar. Las narraciones de Gianrico Carofiglio en la estantería de la biblioteca central de esta ciudad; los libros de Elena Ferrante en la vitrina de una librería en el centro, un relato para niños —de esos llenos de ironías y de humor—, de Gianni Rodari, en la sección infantil de la biblioteca; la mención de Primo Levi al estudiar narrativas de vida como testimonios que nos muestran el lado humano de la historia; mi profesora danesa cerrando su cátedra con una frase de Ítalo Calvino y, además, un libro en danés que se titula Gud er italiener (Dios es italiano).
Estas voces literarias que se me cruzan por todos lados y me hablan en una lengua conocida —en medio de una lengua nórdica que aún se me hace extraña— me hacen sonreír con cariñosa nostalgia y me hacen repetir la promesa que I Santo California harían famosa en 1975: “Tornerò”.
Becky Muralles
Círculo Literario de la Società Dante Alighieri